Destino incierto
Capítulo 3

Capítulo 3:

“¡Shisss! Haga silencio señorita, no queremos que llegue sin lengua, no nos obligue a sacársela”.

“¡Seguiré gritando hasta que alguien tenga el suficiente sentido común como darse cuenta de que no soy quien su jefe piensa!”

Seguía luchando hasta que el chorro de luz de la salida entró con fuerza lastimándole los ojos, a medida que iba avanzando pudo ver el techo alto y el espacio amplio en el que estaban apostadas varias aeronaves.

“¡Me tenían en un hangar!”, protestó.

“Pero esto no es un aeropuerto ¿Verdad?, ¡Ha de ser una pista clandestina para realizar sus fechorías!, ¡Cielos!”

Se sentía aterrorizada.

“¿A dónde me llevan?”

Nadie respondió.

“¿A dónde me llevan?”

Insistió a los gritos mientras repartía patadas, golpes y mordiscos a los gorilas que la arrastraban como si fuera una muñeca de trapo.

“¿Qué es eso? ¿Qué es ese sonido ensordecedor?”

“Son las hélices de la avioneta señorita”.

Fabiana comprendió que se la llevarían de la ciudad, así que se armó de valor y reunió todas sus fuerzas para luchar, sentía las piernas entumidas por el frio y la incómoda posición en la que había pasado la noche.

‘Es ahora o nunca’ pensó.

“Tengo mi cabello suelto ¿Puedo recogérmelo?”, preguntó con engaño.

Y cuando los hombres la soltaron para permitírselo Fabiana corrió tanto como sus piernas se lo permitieron hasta que logró salir del gigantesco hangar.

“¡Agárrenla que se escapa!”

Pero cuando al fin llegó a la salida, se topó de frente con más de los hombres que trabajan para su padre.

“¿A dónde va con tanta prisa?”

De nada sirvieron sus esfuerzos más que para enojar a los gorilas.

“La volveré a sedar con cloroformo”

La amenazó uno de los matones, y otro la mando a callar.

“¡Silencio! No está dejando que hagamos nuestro trabajo señorita, ¡No responderé por lo que haga si me colma la paciencia!”

Fabiana sintió terror, la llevaban directo a la aeronave, la alejarían de todo, de su mundo, de sus sueños, de su madre, de lo que ella conocía para llevarla a un destino incierto.

‘No hay nada que pueda hacer para escapar, por ahora’, pensó.

“¡No! ¡No por favor, deténganse, déjenme ir!”

Luchó a los gritos con todas sus fuerzas, revolviéndose para hacer su último intento pero todo volvió a ponerse negro antes de abordar la nave.

Cuando recuperó la consciencia sentía unas nauseas terribles, el estómago le gruñó y tuvo que hacer esfuerzos por controlar las arcadas, aunque si lo hubiera devuelto, apenas habría sido la bilis, porque no había consumido alimento en muchas horas ya, ni agua… estaba sedienta y famélica.

Respiró profundo una y otra vez hasta que las arcadas se calmaron y notó que estaba esposada al brazo de la butaca, levantó la mirada y uno de los gorilas la estaba mirando.

“No me vea así señorita, no podía arriesgarme… si le pasa algo a usted, soy hombre muerto”.

Fabiana desvió la mirada hacia la ventanilla desde donde vio un paisaje de montañas, valles y ríos, cuando la avioneta comenzó a descender, solo había mucha vegetación en kilómetros a la redonda y una carretera que se perdía entre los árboles.

Los motores se apagaron, y los dos hombres la sacaron llevándola a rastras hasta dentro de una hermosísima mansión de exquisita arquitectura moderna y gran derroche de lujo por todas partes.

“¡Fabiana, bienvenida!”

Odín salió a recibirla con los brazos abiertos como si su relación fuera de lo más normal y natural.

‘Este hombre no tiene sangre en las venas’, pensó ella.

‘¡Que descarado!’

“Que bueno que ya estés en casa, ahora sube, la señora del servicio te llevará a tu habitación, debes ponerte bonita porque esta noche tendremos invitados importantes”.

“¿Y si no quiero?”

Lo desafió levantando la barbilla.

Los ojos de su padre se ensombrecieron por completo.

“No estoy jugando, no me obligues a tratarte como lo hago con los demás niña, contigo he sido muy amable pero te advierto que esa no es una de mis virtudes, así que no tientes al diablo”

La voz de Odín había comenzado a temblar de la rabia.

“Subirás y te asearás, y luego te pondrás como toda una reina, y más vale que sea rápido, o te sacaré de la habitación arrastrando del cabello con lo que traigas puesto. ¡Estas advertida!”

Fabiana tembló como una hoja pero en ningún momento dejo entrever su nerviosismo.

Arriba en la habitación, dos mujeres la esperan para vestirla.

“Señorita dese una ducha caliente y frótese bien para que se saque de encima toda esa mugre, la relajará”.

“¿Esa sangre es suya? ¿Está herida?”, preguntó la otra mujer cuando le vio la ropa manchada.

Fabiana negó con la cabeza y obedeció.

Se jabonó y restregó con excesivo cuidado tratando de sacar de su piel y de su cabeza las últimas horas de su existencia, pero solo logró que salieran de su piel, porque esos recuerdos estarían impresos en su mente por mucho tiempo.

“Señorita, debe ponerse este vestido, el Señor Alejandro lo ha enviado para usted”, dijo una de las mujeres que le ayudaba a arreglarse.

Fabiana vio el vestido Colgado de una percha.

“¡Es demasiado vulgar!”

“¡Pero es muy costoso y elegante!” protestó la mujer.

“Eso puedo verlo, pero el escote es pronunciado, esas trasparencias, las lentejuelas y la falda abierta en la pierna ¡Es hasta más arriba del musio!, no sería de mi gusto ni en un millón de años”

“Tiene que usarlo le guste o no, esas son las ordenes. ¡Por favor, no me haga rogar!”

Fabiana en contra de su voluntad se lo puso a regañadientes.

“¡Me siento desnuda con la espalda descubierta, es demasiado revelador! Creo que no podré usar esto”, dijo y comenzó a sacarse la prenda, pero la mujer se lo impidió.

“Señorita, usted no entiende..”.

Explico con temor.

“Son órdenes del Señor Odín. Además, el Señor Alejandro su prometido ha sido quien lo envió, no puede aparecer vestida de otra forma en la cena… no nos haga esto, nos castigaran por no convencerla”

La mujer le pidió aterrada de que la chica les estuviera haciendo tan difícil cumplir con su trabajo.

Fabiana notó la expresión de pánico de la mujer y volvió a subirse el vestido dejando que se lo ajustaran a su figura.

El traje caía hasta el suelo con una pronunciada abertura que revelaba sus esbeltas piernas, zapatos altos y su largo cabello sobre uno de sus hombros que dejaba al descubierto su rostro pálido y desencajado por el malestar y el hambre acumulada.

Se sintió como una muñeca en exhibición metida en ese vestido rojo encendido como el fuego.

“¡Fabiana! ¡Fabiana!”

La voz de Odín Reyes resonó en toda la casa.

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