Destino incierto
Capítulo 14

Capítulo 14:

Allí también encontró una zona adaptada para el ordenamiento de monturas, frenos, cabestros, alfombras, enjalmas, riendas y otros aperos para caballos.

La estructura de los galpones estaba encerrada por medias paredes de ladrillo prensado de color rojo con acabado de barniz brillante y una encimera de madera que le daba un buen terminado.

Al entrar se encontraba con pasillos de pisos de recebo compactado, muy adecuados para toda la estancia; por ser absorbentes, blandos y silenciosos, que conservaban una agradable temperatura y según el poco conocimiento que ella tenía de caballerizas, este tipo de piso, cuidaba los cascos de los caballos y les brindaba agarre.

Este detalle de diseño agradó a Fabiana porque le gustaba ver a los animales en general, de cualquier especie; bien atendidos y cuidados.

No le gustaba ver sufrimiento ni carencias en ningún ser vivo.

Continúo con su inspección y observó las caballerizas de alojamiento individuales, espaciosas, con buena ventilación e iluminación; puertas corredizas amplias con ventanas que se abrían hacia arriba y rejas individuales que les permitía a los caballos verse pero no morderse.

Al asomarse en cada alojamiento se podían ver las camas de salvado de arroz y comederos y bebederos estratégicamente colocados para comodidad y aseo de los animales.

Fabiana pensó dialogando para sus adentros: la gente que tienen a cargo de este lugar hace un excelente trabajo, se ve que son personas disciplinadas y conocen bien lo que hacen y aman a los caballos, o debe de ser que están bajo estricta supervisión.

Por el primer pasillo habría unas diez divisiones, cada una con su respectivo animal. Eran ejemplares hermosos y mansos, animales de diferentes colores, predominando el negro; Fabiana pasó su mano por varios de ellos, acariciándolos y manteniendo con ellos un divertido monólogo.

Siguiendo su recorrido, pasó al pasillo de en frente y allí pudo observar dos yeguas en cubículos individuales.

Una de ellas estaba en gestación y la otra parecía recién parida, amamantaba a su cría en ese momento.

Fabiana se embelesó viendo la escena:

“¡Hay que ternura!”, exclamó para sí.

Allí estuvo un buen rato disfrutando del espectáculo.

Alzó la vista y apreció que los techos eran altos, en tablones sostenidos por gruesas vigas de madera que aislaban tanto el frío como el calor.

Por último, hizo un paneo general con gesto de aprobación y agrado.

Al salir para dirigirse al segundo galpón pudo darse cuenta de que al fondo, más o menos a una cuadra de distancia, contaban con una pista de trote de aproximadamente unos mil metros de longitud, por unos diez o doce de anchura.

Tenía forma ovalada y estaba tapizada por una vistosa arena de color ocre.

Contaba a su alrededor con una pequeña gradería en madera artesanal muy bien lograda.

Hacia la izquierda de la pista de trote se podía observar un polígono para práctica de tiro al blanco, al aire libre; bien demarcado y acondicionado, con obstáculos de barriles estratégicamente distribuidos a lo largo y ancho del campo.

Así como de tablones de colores azul y rojo ubicados a diferentes distancias.

Continúo su caminata y se dirigió al segundo galpón; allí, como se había dicho antes, aparentemente solo era un sitio para almacenamiento.

Montones de atados de paja ordenados en filas; herramientas de diferentes tamaños y formas, bombas de riegos y las sillas de montar y los aperos para los caballos, entre otros.

La visibilidad no era muy buena por la cantidad de material que allí había, Fabiana se fue abriendo paso y escuchó algo como un gemido quedó petrificada y en total silencio para poder aclarar lo que le parecía haber oído.

Después de unos momentos que a Fabiana le parecieron siglos, escuchó con más claridad y ¡Sí!

Era un quejido sin lugar a dudas, pero… ¿De dónde venía?

¿Por qué?

¿Qué estaba pasando?

Fabiana se dirigió más hacia el fondo y pudo ver una puerta camuflada por los cerros de paja; su mano temblorosa tomo el pomo y empujó para saber de dónde provenía ese extraño ruido.

Al observar quedó sin aliento, el miedo la paralizó: pudo ver cuatro hombres.

Dos de los que le servían Alejandro, que ella conocía de vista; estaban golpeando salvajemente a un desconocido, amarrado a una viga en forma de poste que colgaba del techo.

El hombre sangraba copiosamente y tenía el dorso desnudo.

El cuarto hombre que parecía un muchacho estaba tirado en el suelo como muerto.

Pudo observar extraños instrumentos como para tortura y por lo menos dos camillas de las que usan en los hospitales.

Era a todas luces un cuarto del horror.

Los hombres de Alejandro quedaron sorprendidos.

Uno de ellos corrió hacia la puerta y empujándola para sacar a la joven con violencia y con ojos desorbitados le grito:

“¿¡Qué hace usted aquí, señora!?”

Por toda respuesta, Fabiana salió corriendo a la velocidad que sus piernas se lo permitían; alcanzó a oír un fuerte portazo tras de ella.

Al salir de la estancia, sin ver por dónde iba, fue atajada por unos fuertes y conocidos brazos.

¡Alejandro había regresado!

Pero ¿Cómo?

¿No se suponía que iba a estar fuera varios días?

¡Esto era para volver loco a cualquiera!

“¿Qué haces aquí, Fabiana? ¿Qué parte de que esta zona está restringida no entendiste? ¡No fui suficientemente claro contigo! ¡Crees que puedes hacer lo que se te viene en gana! ¡Ya viste lo que le sucede a los mentirosos y chismosos! ¡Te voy a traer aquí para que conozcas de primera mano todo lo que tu curiosidad quiere saber!, ¡Me tienes harto!”

“¡No, no, Alejandro, por favor! ¡Yo solo quería, caminar un poco! Perdona mi intromisión… no volverá a suceder..”.

“¡Pero claro que no volverá a suceder! Te daré una lección que no podrás olvidar, para que cures su maldita curiosidad… ¡Eres peor que una cría!”

Alejandro, fuera de sí, alzó su mano derecha y la descargó con fuerza sobre el rostro de Fabiana.

Esta dio un gemido de dolor y la sangre empezó a brotar copiosamente de su boca y nariz, enseguida la tomó del cabello y la llevó dentro del galpón hasta el fondo donde estaba el cuarto del horror, como ella en medio de la sorpresa y del miedo lo había bautizado.

Abrió la puerta con violencia; sus gestos y su voz denotaban locura.

Empujando a Fabiana contra la pared, la conminó diciéndole:

“¡Dime, que quieres ver! ¡Qué quieres saber! ¿Qué hago yo, en que me desenvuelvo? ¿Qué hace la familia para ganarse la vida honestamente?”, gritó Alejandro con sarcasmo.

“¡Pues, esto soy yo!, ¡Esto es mi familia! ¡Así nos ganamos el pan de cada día! ¿Entendiste? ¡Ya no más tapujos! ¡Mi padre es un capo y yo voy a heredar su puesto!”

Alejandro estaba muerto de rabia.

“¡Quería mantenerte a salvo de todo esto, el mayor tiempo posible! ¡Pero tú te lo buscaste!; ahora me acompañarás en todas mis andanzas, en todos mis negocios… ¡Serás por fin una de nosotros!

Alejandro continuó muy alterado como nunca pensó Fabiana que pudiera llegar a verlo jamás.

Sacando su arma de la que nunca se separa, la alzó a la altura de la cabeza del pobre desgraciado que permanecía amarrado y la descargó por completo, liberando así su ira incontenible.

Fabiana, totalmente en estado de shock, se escurrió al piso, apoyando su espalda contra la pared donde la había dejado Alejandro parada.

Esto era demasiado para su sensibilidad.

Alejandro tomándola por los brazos nuevamente la puso en pie.

“¡Esto es tu culpa, estúpida! ¡Este hombre dio la vida por ti! ¡La que debería estar muerta en este momento eres tú!, ¡Quiero matarte, odio que alguien se meta en mis asuntos!”

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