Del odio al amor
Capítulo 5

Capítulo 5:

“Pero Señorita Emma…”.

“Por favor, Lorena, te lo pido como amiga”, dijo Emma antes de levantarse.

Aún era temprano, pero solo quería dormir. Dejando a Lorena en la mesa, subió a su habitación. Para su mala suerte tuvo que pasar fuera de la habitación de William y escuchar los g$midos ruidosos de esa sirvienta, que taladraron sus oídos y la hizo andar más rápido.

“Espero que no tengas problemas con ir caminando a tu escuela”, dijo William terminándose su primer café de la mañana

“Entenderás que el auto siempre está a mi servicio, soy quien más lo necesita y no tengo tiempo para llevarte a la escuela”.

“Está bien”, respondió Emma sin levantar la mirada de su plato.

“Me hubiera levantado más temprano y así poder llevarte, pero tuve una noche ajetreada…”, agregó viendo con picardía a Frannie que no podía disimular su sonrisa.

“Está bien”, volvió a responder Emma, disimulando su enojo.

“Tampoco podré mandar a nadie por ti a la escuela, tendrás que llegar al trabajo tú sola. “

Esta vez William se le quedó viendo fijamente con atención.

Esperaba que Emma, al ser una princesa que nunca le había faltado nada, comenzara a lloriquear, pero parecía completamente tranquila.

“Está bien”, agregó con un suspiro y cuando por fin se animó a ver ala rostro a su esposo, le dedicó una sonrisa insípida antes de beber de su jugo.

“Espero que cuando llegues al trabajo, no vayas vestida así. Hay ciertas reglas de vestimenta que debes de acatar. No porque seas mi esposa significa que tendrás alguna clase de preferencia. “

Frunció el ceño, ansioso por verla salir de sus casillas y justo cuando Emma estaba dispuesta a contestar, la interrumpió.

“¡Te prohíbo que vuelvas a decir ´está bien´!”.

Emma sonrió ampliamente y lo vio con una malicia que la regocijó.

“Está bien”.

Estaba fascinada por ver el rostro de William completamente rojo del coraje.

Emma llegó a su escuela y colgó su anillo de boda en el mismo collar del que pendía el corazón de zafiro.

No le costó moverse en transporte público, antes de que Frida se casara con Román era la forma en la que solían moverse, pues el Señor Moretti, su verdadero padre, las limitaba mucho para reducir gastos.

Nadie sabía de su boda, así que sus amigos y conocidos no hicieron ningún comentario al respecto. Disfrutó su tiempo en la escuela y cuando la hora de salir llegó, de nuevo se llenó de amargura. Fue al baño más cercano a la salida y sacó la ropa que usaría ese día.

Si William creía que se encontraría con una mujer depresiva, estaba equivocado.

“Nunca le muestres a tu enemigo que estás derrotada. Cuando más hundida te sientas, intenta verte como si estuvieras en la cima” le había dicho Román hacía años.

Mientras él se había enfocado en ganar masa muscular cuando estuvo en la cárcel, para verse más atemorizante y fuerte, Emma se vestía con un elegante traje sastre rojo, recogió su cabello y cambió sus tenis por un par de tacones del mismo color.

Salió empoderada y fuerte, caminando con cadencia y orgullo, llamando la atención de todos. Durante el camino hacia el trabajo se ganó la admiración y los elogios silenciosos de la gente a su alrededor.

“¿Qué hora es?”, preguntó William desde el interior de su Bentley.

“Son las dos, Señor”, respondió su ayudante desde el asiento del conductor.

Emma no debería de tardar en llegar, una sonrisa se dibujó en el rostro de William, pues esperaba verla alborotada y siendo todo un desastre.

No esperaba menos de una chica que no sabía lo que era trabajar ni andar en el transporte público, era una princesa que aprendería a ser una plebeya.

Salió del asiento trasero de su auto y montó su silla con agilidad. Su ayudante comenzó a empujarlo hacia la entrada del edificio cuando notó algo irregular. Un enorme camión de pasajeros se había estacionado en la esquina y desentonaba con la elegancia del lugar.

Un par de hombres se bajaron y con una caballerosidad excesiva le brindaron la mano a una mujer.

Lo primero que vio William fue un par de tobillos finos y delgados que precedían a unas piernas largas y torneadas. Sonrió de lado y pensó en acercarse para conocer a la dueña de esos muslos adornados por falda sastre roja que se ceñía sensualmente a sus caderas, pero en cuanto subió más la mirada se dio cuenta que se trataba de

Emma y se despedía con calidez del conductor antes de que este comenzara a avanzar.

La chica revisó su reloj, estaba a tiempo. Una sonrisa se dibujó en sus labios rojos, acomodó un mechón castaño que acariciaba su pómulo haciéndole cosquillas y avanzó hacia la entrada del edificio, llena de seguridad y la frente en alto.

El movimiento cadencioso de sus caderas llamaba la atención de cada hombre que la veía y William aferró ambas manos a los descansabrazos de su silla hasta que sus nudillos se pusieron blancos.

“Wao… ¡Qué mujer tan hermosa! ¿Es nueva en la empresa?”, preguntó su ayudante con interés.

“Es mi esposa…”, respondió William lleno de coraje.

“¡Lo siento, Señor! ¡No lo sabía!”, contestó el hombre sobresaltado.

Al entrar al edificio, William posó su atención en esa mancha roja que resaltaba entre la gente. El traje sastre enaltecía la silueta de Emma y se veía irreal.

“Qué extraño, no me informaron que el Señor William estaba en busca de una secretaria”, dijo la recepcionista viendo sus notas.

“¿Podría llamarle?”.

´Ojalá no esté y así pueda regresar a casa temprano. Cualquier cosa, puedo decir que fue su culpa por no avisarle a la recepcionista´, pensó Emma con una sonrisa.

“Llegas temprano, sígueme”, dijo William con mala rostro y su ayudante lo empujó hasta el elevador destinado a los ejecutivos.

Cuando Emma iba a entrar, la detuvo.

“Tú tienes que subir por el elevador para empleados. Último piso, nos vemos en mi oficina”.

Emma no pudo evitar sonreírle mientras las puertas se cerraban.

´ ¡Qué hijo de p%ta! Ahora entiendo por qué nadie lo aguanta´, pensó mientras caminaba hacia el elevador de empleados.

Entró con un par de hombres que no dejaban de verla con atención. Uno de ellos tuvo la valentía de hablarle.

“Hola, ¿eres nueva en la empresa?”.

“Si, es mi primer día”, Emma comenzaba a sentirse incómoda.

El hombre bien podría doblarle la edad y tenía una apariencia desagradable, así como un anillo en su dedo que presumía que estaba casado.

“¿A qué piso vas?”.

“Al último, soy la nueva secretaria del Señor William…”.

Ambos hombres se dedicaron una mirada de sorpresa y se codearon.

“Ese William no pierde el tiempo, siempre consigue secretarias lindas…”, dijo el otro.

“Ten cuidado con tu jefe, siempre enamora a las secretarias, las usa y las desecha cuando se aburre de ellas…”.

“Gracias, lo tendré presente…”.

“Si quieres yo te puedo ayudar“.

Se acercó un poco más, haciéndola retroceder.

“Podría fingir que soy tu novio y así ese lisiado no te usará tanto”.

“Ese inválido solo trata de compensar que no le sirven las piernas. Lo que dicen de que es un gran amante, de seguro debe de ser inventado”, agregó el otro hombre entre risas mientras le veía el trasero a Emma.

“¿Qué dices, bonita? Prometo que seré gentil contigo…”.

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