Del odio al amor
Capítulo 44

Capítulo 44:

El movimiento entre las plantas de vid llamó la atención de Frida, vio de reojo como una sirvienta seguía a un pequeño en andadera que avanzaba a brinquitos y sacudiendo sus manitas con emoción.

Sintió que el corazón se le partió en dos.

“Prometimos siempre ser las mejores amigas… cuidarías de mis hijos como si fueran tuyos y viceversa… al final, esperaríamos la muerte juntas en un asilo, haciendo carreras en andadera…”, dijo Frida sin poder despegar su mirada del pequeño lleno de júbilo.

“Yo te ganaría en silla de ruedas y te escondería el tanque de oxígeno”, respondió Marianne con melancolía.

El recuerdo de aquellas dos adolescentes soñando despiertas, tumbadas en el jardín de la residencia Sorrentino, viendo las estrellas, le quemaba el corazón.

“Gracias por cuidar de Emma, gracias por entregármela”, dijo Frida con el último rezago de cariño que sentía por Marianne, esa pequeña chispa que aún conservaba y que con esa última cordialidad se extinguió

“Tal como prometí, las propiedades que antes eran de tu padre ahora son tuyas”.

Tomó los documentos de la mano de Álvaro y se los entregó a Marianne. Por un momento se vieron directamente a los ojos mientras toda su amistad se recapitulaba dentro de sus cabezas de la misma forma que alguien a punto de morir ve pasar su vida.

Marianne fue la primera en desviar la mirada y entregó los papeles a Johan.

“¿No los vas a revisar? ¿Qué tal si es una trampa?”, preguntó desconfiado.

“No es una trampa… confío en ella…”.

“Para”.

Marianne no era la misma ´Frida´ que la había engañado para traicionar a su familia, sus ojos le decían que era su mejor amiga, la que había pasado su juventud a su lado y en esa ´Frida´ sí confiaba

“Si no hay más que decir, entonces… largo de mi propiedad. Espero jamás volver a verlos”.

Frida dio media vuelta y cuando buscó con la mirada al pequeño niño, no lo encontró. Suspiró con pesadez y el brazo de Román rodeó sus hombros, dándole calidez.

“Pues… Yo sí me divertí”, contestó Emma en los brazos de William con una amplia sonrisa.

“¡Adiós, Johan! ¡Le daré tus saludos a Lorena! Johan torció los ojos y fue el primero en abandonar la estancia, sentía que la cabeza le iba a explotar”.

Durante el camino de regreso, William no dejó de abrazar y besar a Emma, el miedo que lo había invadido se volvió melosidad, tanta que Emma lo desconocía, aún así, permitió que descargara todo su amor en ella.

“Lamento que tuvieran que ceder esos terrenos a Marianne…”, dijo Emma con tristeza, acurrucada sobre el pecho de William

“Pero creo que lo peor fue enfrentar a mamá con su vieja amiga”.

“No te preocupes, corazón… nada de eso importa si tú estás bien”, dijo Frida con gentileza y una sonrisa tierna.

“Tu madre tiene razón, es poco a comparación con el deseo de verte regresar a casa. Todos estábamos muy preocupados”, contestó Román con media sonrisa antes de besar la frente de Frida

“Además, supongo que la vinicultura no va muy bien con el petróleo”

“La doctora Duran irá a la casa para revisarte cada golpe. Me sorprende que estés bien después de cómo quedó el auto”, dijo William paseando la mirada por el cuerpo de su esposa con asombro.

“¿Ahora agradeces las clases de manejo que pagué para ti?”, preguntó Román levantando una ceja y Emma solo asintió apenada, pues recordó que cada clase terminaba entre quejas y berrinches.

“Gracias, papá”, respondió apenada y escondió el rostro contra el pecho de William.

Los días siguientes fueron de bastante estrés, William enfrentó a su padre en la corte, defendiendo a capa y espada a Tim mientras Tina permanecía como un mero juguete de trapo, con la mirada perdida y sin conciencia.

Ya no era la misma desde que los hombres de Román la habían secuestrado y  mantenido en esa fría y herrumbrosa bodega.

Al final, William fue tajante y agresivo, y no solo eso, usó el propio contrato que firmó Emma, como prueba de lo malvado que podía ser su padre pues ante los ojos del juez y del jurado, era un hombre ambicioso que manipuló a una menor de edad y la obligó a firmar un documento a nombre de su madre.

Con los cargos que se le imputaron, William logró meter a su padre una cantidad considerable de años a la prisión y como favor especial, le pidió al juez que lo metieran en la misma cárcel donde Edward había metido a tanta gente.

Lo enviaría al mismo infierno al que encarceló a tantos demonios. ¿Había mejor castigo?

“¿Eres capaz de arrojar a tu padre de cabeza al infierno?”, preguntó Edward acercándose durante el receso, sintiéndose decepcionado de haber depositado toda su fe en William.

“Solo mírame…”, dijo William con media sonrisa.

Antes de que pudiera desatar su furia contra su hijo, Román se acercó de manera amenazante y se colocó al lado de William, demostrando con su actitud la benevolencia que sentía hacia él.

“No se preocupe, Señor Harper, en la cárcel a la que irá a parar ya lo esperan un par de amigos míos para darle la bienvenida”, dijo Román con satisfacción, viendo como el rostro de Edward palidecía mientras sus puños vibraban de coraje

“Los grandes caen más duro”.

“No me amenace, Señor Gibrand, recuerde que aún tiene más hijos… y déjeme decirle que las mujeres no solo son la perdición de un hombre,  sino también de un padre consentidor”, dijo

Edward divertido y desvió su mirada hacia la joven Carina, que platicaba animadamente con Emma y le hacía gestos al pequeño Alejandro.

Cuando Harper dio media vuelta y regresó a su lugar, Román le dio una palmada en la espalda a William, intentando alentarlo, y regresó con sus hijas. Por un momento vio fijamente a Carina, con ese rostro de ángel, pero en el fondo sabía que vivía un demonio dentro de ella.

“¿Qué ocurre?”, preguntó Carina al notar que su padre no dejaba de verla y le sonrió antes de abrazarse a su torso.

“¿Todo bien?”.

“¿Qué sorpresas me darás tú?”, preguntó Román angustiado.

“Dicen que todo se paga con los hijos, que ellos son el reflejo de nosotros y nuestras acciones…”, dijo Emma arrullando a su pequeño leoncito

“El abuelo dice, ‘Lo que me hagan mis hijos, mis nietos me vengarán´”.

“Emma… ya cállate, que solo me asustas”, dijo Román aterrado.

“Emma era su hija, pero no llevaba su sangre, en cambio Carina era una versión de él mismo si fuera mujer”.

“También el abuelo dice que conmigo sabrás lo que es amar a Dios en tierra ajena”, dijo Cari levantando el rostro hacia Román, con una sonrisa pícara.

“Lo más seguro es que el abuelo ya sufra de demencia, así que no es necesario creerle todo”, respondió Román frunciendo el ceño y tratando de olvidar el tema mientras sus hijas ahogaban sus risitas.

Cuando la victoria fue proclamada, Tina buscó al pequeño Tim, dispuesta a tomarlo y huir de ahí, pero el juez no la dejó ir tan rápido.

“Señora Tina Gagnon, queda arrestada por maltrato infantil e intento de homicidio”, dijo el Juez dejando que la policía la detuviera.

“¡¿Qué?! ¡Eso no es cierto!”, exclamó Tina horrorizada.

“Repite eso mientras ves las manos de tu propio hijo, aún lastimadas por lo que hiciste…”, dijo Emma llena de resentimiento mientras el pequeño Tim escondía el rostro contra su falda.

“Yo no hice nada…”,  dijo Tina con voz temblorosa y vio a su hijo, lleno de miedo por su culpa.

“Tim…, Rose y Lorena vieron todo… son testigos oculares de lo que sucedió y las marcas en las manos del niño son la prueba perfecta, así como tus huellas en el cuchillo…”, dijo William haciendo su sonrisa más grande.

Tina sabía que nadie la había visto, así como había limpiado el cuchillo antes de dejarlo en el piso, pero también sabía que William tenía el poder de sacar testigos de la manga y poner sus huellas en cualquier lado.

“Quisiste matar a mi mujer y quisiste deshacerte de lo único que me queda de Jason. No saldrás invicta de eso. Haré que tu vida sea un infierno, lo juro”, dijo William lleno de odio y la vio palidecer antes de que los policías se la llevaran.

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