Del odio al amor
Capítulo 2

Capítulo 2:

“Este matrimonio está arreglado… no conozco a mi futuro esposo, no sé casi nada de él y tengo mucho miedo”.

De nuevo hizo un esfuerzo grande por evitar que las lágrimas arruinaran su maquillaje.

“¿Estás siguiendo el ejemplo de tu madre? ¿Crees que tendrás un final feliz como ella?”, preguntó.

Bastian desesperado, tomando a Emma por los hombros.

“¿Por lo menos sabes su nombre?”.

“No, solo sé que es el hijo de Edward Harper…”.

“¡¿Edward Harper?!”, exclamó Bastian y retrocedió sorprendido.

“¿Qué hiciste, Emma?”.

“Al parecer, arruinar mi vida”, respondió agachando la mirada.

Bastian notó la desolación en el rostro de la chica que había conocido hacía tantos años y sintió lástima por ella.

“Ven conmigo…”, la tomó de la mano, haciendo que esos hermosos ojos azules se levantaran hacia él.

“Huyamos de todo esto”.

“No puedo… si lo hago mi familia corre peligro…”.

“Te prometo que ayudaré a tus padres a solucionarlo”, dijo Bastian tomando el rostro de Emma por las mejillas.

“No soy el mismo niño tonto, ahora soy el dueño del imperio Bafel. Mi abuelo me ha dejado su empresa mercantil y tengo abogados muy feroces y agudos que podrían enfrentar sin problemas a Harper… solo… ven conmigo y te prometo que todo saldrá bien”.

“No quiero que mis padres terminen en la cárcel, ni que mis hermanos acaben en un orfanato…”.

“No lo harán, te doy mi palabra…”.

El compromiso en la mirada de Bastian se había clavado en el fondo de las pupilas de Emma y por un momento creyó en sus palabras, sintió que estando a su lado todo estaría bien.

“Estaré afuera, en la parte trasera, esperándote en mi motocicleta… no me iré de aquí sin ti”, dijo comprometido y besó con ternura los labios de la novia, sellando su promesa con fuego.

Emma había dejado de llorar y se sentía lista para salir huyendo. Sentada en el tocador, escribió una nota para sus padres donde explicaba que se fugaría con Bastian y que él arreglaría todo, pero cuando estaba a punto de firmar con su nombre, la puerta se abrió, mostrando a su futuro suegro.

De inmediato se puso de pie y retrocedió, escondiendo la carta en el corsé de su vestido.

“Emma… te ves como un ángel…”.

“Señor Harper…”, saludó nerviosa.

La actitud serena del hombre la desconcertaba, no era altivo y arrogante como siempre.

“Vine a agradecerte personalmente lo que estás haciendo por mi hijo…”.

“¿A qué se refiere? Solo estoy pagando el favor que me hizo hace años”.

“Acompáñame, me gustaría que vieras algo”.

Dio media vuelta esperando que Emma lo siguiera.

Al final del pasillo se encontraron con una ventana que daba hacia el jardín de la finca que habían escogido para la boda. El altar estaba adornado con un arco lleno de flores y ahí, un hombre en silla de ruedas esperaba pacientemente. Emma sintió que su corazón se estrujó.

“Él es mi hijo, William Harper…”, dijo Edward con la mirada cargada de dolor.

“Es un hombre muy inteligente, ambicioso, pero… la fortuna no ha estado de su lado. Sabía que una chica como tú, que ha tenido el infortunio de perecer ante una enfermedad, comprendería lo difícil que es una vida como la de mi hijo”.

Emma apoyó la mano sobre el cristal y la culpabilidad por su escape corrompió su corazón.

“No hay muchas mujeres que acepten a un hombre en su condición. No sabes cuantos rechazos ha vivido mi pobre hijo por su discapacidad”.

“¿Qué le pasó?”, preguntó Emma con tristeza.

“Un accidente de auto lo arruinó…”.

“¿Volverá a caminar?”, volvió a preguntar, pero esta vez el silencio del Señor Edward fue su única respuesta.

“No puedo asegurar que lo haga, así como no puedo asegurar que viva mucho tiempo. Su situación no se reduce solo a la incapacidad de caminar. Es un hombre muy enfermizo y ha estado en riesgo de morir varias veces. Solo quiero que… conozca el amor, que sepa lo que es tener una mujer dulce a su lado. Quiero que tenga la dicha de ver a un hijo nacer. ¿Es mucho pedir?”, dijo con media sonrisa y una mirada destrozada.

“Es lo único que quiero, Emma… No sé cuánto tiempo pueda tener a mi hijo vivo, pero quiero que… cuando se vaya de este mundo, lo haga con una sonrisa y lleno de amor. Solo serán un par de años, después de su partida, tú serás libre de cualquier obligación hacia la familia. Lo juro”.

Edward la dejó junto a la ventana, reflexionando sobre sus posibilidades. Podía fugarse con Bastian y ser feliz a su lado, esperando que pudiera salvara su familia de Harper o podía enfrentar el destino que ella escogió hace años y hacer feliz a ese hombre que parecía estar muriendo cada día un poco más. Su corazón estaba dividido.

“Te dije que no me llamaras…”, dijo Bastian con molestia, contestando la llamada de su madre, July.

“Hice lo que pude, solo falta esperar”.

Vio su reloj mientras estaba montado en la moto. Estaba ansioso porque Emma saliera corriendo con su vestido blanco y dispuesta a huir con él, pero los minutos avanzaban y la chica no salía.

“¿Le dijiste lo que te aconsejé?”, preguntó July ansiosa.

“¡Lo hice! ¡Ya déjame en paz!”.

“¿La besaste?”.

“¡Qué sí!”.

Cada vez estaba más iracundo.

Se bajó de la motocicleta y rodeó la propiedad en busca de un buen ángulo para observar la celebración sin que alguien más lo viera. En ese momento se dio cuenta que su plan había fallado. Emma iba del brazo de Román, directo al altar.

“¡Carajo!”, exclamó molesto y apretando los dientes.

“¿Qué ocurre?”.

“Te llamo después”.

Le colgó a July y con actitud iracunda regresó a su motocicleta.

“Estúpida niña…”

La actitud de William durante toda la ceremonia había sido reservada, ni siquiera al conocer a Román, el padre de su ahora esposa, demostró interés. Parecía que solo esperaba el momento en que todo ese circo terminara.

Después de que Emma se despidió de sus padres y hermanos entre lágrimas y preocupación, terminó en la habitación matrimonial de una mansión enorme. Durante el camino, su esposo no le había dirigido la palabra, era como si ella no existiera.

Ahora se arrepentía de no haber huido con Bastian. Se vistió con un camisón de seda y encaje, su piel estaba perfumada y su ansiedad adornaba su rostro. Era la noche de bodas y sabía lo que eso significaba, pero estaba nerviosa, nunca esperó tener intimidad con alguien en esa condición.

Cuando William entró a la habitación, la vio de pies a cabeza con repulsión y molestia, haciéndola sentir un bicho raro. ¿Su maquillaje estaba arruinado? ¿Tenía mal puesto el camisón? Emma no entendía lo que le desagradaba tanto a ese hombre.

“Emma Gibrand… la chiquilla tonta que mi papá consiguió para mí, por lástima”, dijo con una mirada lasciva y una sonrisa llena de rencor.

Tenía razón en cada palabra y Emma no sabía qué decir o cómo defenderse.

“William… no es mi intención que te sientas ofendido…”.

“¿Me dirás que no estás aquí por convicción propia? ¿Qué te ofreció mi padre? ¿Dinero? ¿Una mansión?”

“No necesito nada de eso… mi padre es Román Gibrand, si quisiera una mansión o dinero, solo tendría que pedírselo”.

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