Del odio al amor -
Capítulo 14
Capítulo 14:
“El Señor Harper la despidió. ¿No te lo dijo?”, comentó Lorena restándole importancia.
“No… de hecho, no… ¿Cuándo?”.
“Mmm… después del atentado del Señor Orejas”.
En cuanto Lorena respondió, ambas se vieron significativamente a los ojos. ¿La había despedido por eso?
Con una manzana en la boca y pululando alrededor cómo una mariposa perdida, Emma decidió ignorar el detalle del despido de esa sirvienta y simplemente lo disfrutó, hasta que de pronto se sobresaltó cuando se dio cuenta de que no estaban solas. En la puerta se encontraba Tina, viéndola con indiferencia y curiosidad.
“¿No se supone que eres la secretaria de William?”.
Frunció el ceño y la vio con desconfianza
“Déjame adivinar, ya pasaste la noche con él. Esa mala maña de revolcarse con jovencitas indefensas”.
“Señorita, se equivoca…”, Lorena quiso intervenir.
“¿Busca al Señor Harper?”, atajó Emma limpiándose las manos.
“Sí, lo esperaré en el comedor para desayunar con él”, dijo Tina mientras sacaba unas llaves de su bolso de mano
“Ten, dejé el auto en la entrada, no había nadie para estacionarlo. Creo que aún es muy temprano”.
Emma abrió los ojos con sorpresa y antes de que Lorena volviera a intervenir, esta vez indignada.
“Claro que sí, encantada”, respondió con expresión divertida.
“Con su permiso, Señorita. Siéntase como en su casa”.
Ante el asombro de Lorena, Emma salió jugueteando con las llaves, directo a la entrada, donde se encontraría con un lujoso Maseratti color plata. Sin dudarlo, entró al auto y se dispuso a jugar con él.
“¿Qué se supone que haces aquí?”, preguntó William al entrar al comedor y ver a Tina en el lugar que le correspondía a Emma.
“Estaba preocupada por ti. Después de nuestra discusión temí que fueran a regresar tus dolores”.
“Eso nunca te ha importado…”.
“William… las cosas no son como tú crees…”
“Ya me cansé de la misma cantaleta…”.
William podía sentir las punzadas en su cabeza.
“Noto que tu esposa no está aquí, ¿todo fue una mentira?”.
“Tina… solo vete…”.
“Conozco a tu padre y sé que a veces hace cosas que parecen no tener sentido, pero con un objetivo firme. Si tu matrimonio es una mentira, entonces…”
“Entonces…. ¿Qué?”.
“Podría mudarme aquí con el niño y… cuidar de ti”.
“¡¿Qué?!
“William… No puedes seguir viviendo solo. Sé que tienes gente que te cuida, pero no es lo mismo. Necesitas de alguien que esté contigo siempre. Además, la vida en la residencia Harper no es la mejor, no me siento cómoda, es como si tu padre me juzgara todo el tiempo, y el pequeño Tim estaría encantado de volver a ver a su tío”.
“¿Crees que permitiré que vuelvas? ¿Crees que es tan fácil? Si estás viviendo allá fue porque tú así lo decidiste y yo no estoy para ayudarte a corregir tus errores… ya no”.
“William, tú no tienes por qué corregir mis errores, yo puedo corregirlos sola y por eso estoy aquí. Dame una oportunidad, recuperemos lo que alguna vez tuvimos. ¿No recuerdas lo felices que éramos? “
Acercó su mano hacia la mejilla de William, pero este la repelió con coraje
“Me equivoqué, déjame enmendarlo. Ambos somos infelices lejos del otro. Deja tu orgullo a un lado y volvamos a empezar”.
“¡Lorena!”, exclamó William poniéndole la piel de gallina a la pobre sirvienta que había fingido no estar escuchando y ahora se sentía descubierta.
“¡Sí, Señor!”, respondió alterada.
´Él único que tiene derecho a gritarme así, es el Señor Román y tal vez la Señora Frida. ¡¿Este, quién se cree?’´, pensó haciendo puchero.
“¿Dónde está mi esposa? Ya debería de estar aquí”, preguntó molesto.
“Su esposa está estacionando el carro de la Señorita Tina”, respondió Lorena con satisfacción.
“¿Qué? ¿Le pediste a mi mujer que…?”, William volteó hacia Tina con los ojos cargados de ira.
“¿Tú mujer? ¿No es tu secretaria? Creí que…”.
El rostro de Tina palideció.
Sin decir ni una palabra más, William empujó su silla hasta la puerta principal, con Tina y Lorena detrás de él. En cuanto salieron al pórtico, el ruido del motor rugiendo les indicó hacia dónde mirar.
El auto de Tina daba vueltas y derrapaba alrededor de la pequeña glorieta, dando giros como si fuera manejado por un gran conductor de carreras.
Después el auto se deslizó hasta el pie del pórtico y se estacionó en un solo movimiento con elegancia y precisión. Las llantas echaban humo y el carro parecía estar vivo, pues seguía vibrando como un caballo brioso.
La puerta del conductor se abrió y salió Emma con una enorme sonrisa y algo mareada, lanzando las llaves al cielo para volverlas a cachar.
“¡Mi auto!”, exclamó Tina horrorizada.
“Tienes una bestia y se nota que nunca lo has hecho correr… ¡Qué aburrida!”, dijo Emma lanzándole las llaves.
“¡¿Qué te pasa?! ¡Es mi auto! ¡¿Quién te dio permiso para manejarlo así?!”. Tina estaba iracunda.
“Tú al darme las llaves. Yo no soy ´valet parking´, a la próxima no te equivoques, bonita”.
Emma hablaba con orgullo hasta que vio a William en el pórtico, con la mirada fija en el auto y los dientes apretados.
“¡Ups!”.
“¿Sabes qué? ¡Tienes razón! Se me olvidó que solo eres la secretaria que se revuelca con William. ¿Por qué creí que podrías hacer otra cosa que abrir las piernas!”, exclamó Tina furiosa y la sorpresa se apoderó de los rostros de todos, pero solo Emma sonreía divertida.
“¡Wow! Qué intensa… ¿Todo bien en casa?”, respondió sin dejar de reír
“Creo que a alguien le gustan las novelas dramáticas. ¡Déjame adivinar! ¿Esta es la parte en la que intentas abofetearme? Mmm… Te haré una recomendación, no lo intentes”.
Tina retrocedió prestando más atención en esa ceja rota que lucía Emma, dejando en claro que no era el primer conflicto en el que ella participaba. Volteó hacia William en busca de una explicación, pero este solo sonreía divertido.
“Tina, te presento a mi esposa, Emma Gibrand…”, dijo con una amplia sonrisa, desconcertando a ambas mujeres.
´Ahora… ¿Qué mosquito le picó? ´, pensó Emma en cuanto William extendió su mano hacia ella. Con desconfianza la tomó.
“¿Gibrand?”, preguntó Tina con el ceño fruncido.
“Así es, es hija de Román Gibrand”, respondió William y la jaló hacia él como si fuera un trofeo.
“Emma, ella es mi cuñada, Tina Gagnon”.
“Pues tú esposa arruinó mi auto”, dijo Tina con resentimiento.
“¡Chismosa! Ni siquiera lo has visto… no tiene ni un rayón. ¡Es más! Podría decir que le hice un favor a tu auto, de seguro sueles conducirlo como si fueras una anciana de noventa años”.
“¡¿Chismosa?! Vienes de una familia respetable y te comportas como una…”.
“Tina, te pediré que le tengas más respeto a mi esposa…”.
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