Del odio al amor -
Capítulo 11
Capítulo 11:
“Disculpa, Jessica”, dijo Emma ansiosa por recoger sus cosas e irse de ahí, no quería llamar la atención de Bastian.
“¡¿Solo pides disculpas?! ¡Echaste a perder mi blusa!”.
Fue entonces cuando Emma se percató de la enorme mancha de café en la ropa de Jessica y la mandíbula se le desencajó, aun así, su boca se tornó en una sonrisa. Dentro de la desgracia había ocurrido algo divertido.
“Lo siento, te pago la tintorería…”.
“¡Debes de estar bromeando! ¡Me comprarás una blusa nueva!”.
“Sí, como sea…”, Emma se hincó para alcanzar sus apuntes, pero Jessica, molesta, pisó su carpeta, haciéndole imposible que la pudiera tomar.
“Quita tu estúpido pie…”.
“Tu tonta carpeta no cuesta ni una centésima parte de lo que cuesta mi blusa… ¡Vamos! ¡¿Por qué no le llamas a tu papá para que pague lo que hiciste?! ¡Claro! ¡Porque Román Gibrand no puede ser tu padre, mentirosa! Alguien como él no tendría una hija tan común y corriente como tú”.
“¡¿En serio estás haciendo esto por una blusa?!”.
“¡Es Versage!”.
Emma resopló molesta, tomó el tobillo de Jessica y tiró de él para liberar su carpeta. Cuando por fin estaba de pie, se dio cuenta que su elegante compañera ahora estaba en el piso.
“¡Eres una salvaje!”, exclamó Jessica y su novio, que estaba en la jardinera más cercana, se acercó con esa actitud dominante y agresiva.
“¡¿Qué le estás haciendo?!”.
“¡Ella empezó!”.
Quería justificarse, pero sabía que las cosas se complicarían.
“¡Maldita rara!”.
El chico tomó por el cuello a Emma acercándola hacia él, queriendo intimidarla, pero solo la hizo enojar.
Cuando Emma estaba lista para usar su carpeta como arma, una mano se posó sobre el pecho del chico empujándolo hacia atrás. Era Bastian, que al ver lo que ocurría no tardó en acercarse al conflicto.
Se quitó la chamarra de cuero, mostrando ese torso ejercitado cubierto por una playera negra que se adhería a su piel. Emma podía ver sus músculos tensionados a través de la tela.
“¡¿Tú quién carajos eres y por qué te metes en lo que no te importa?!”.
“¿Te sientes muy valiente al querer intimidar a una mujer? ¿Por qué no te metes con alguien de tu tamaño?”, preguntó Bastian furioso, tronándose los dedos y listo para enfrentarse a ese chico.
De pronto Jessi tomó una piedra de la jardinera, dispuesta a darle ventaja a su novio.
“¡Ni se te ocurra…!”, exclamó Emma, pero su grito asustó a Jessi quien volteó bruscamente y la golpeó con la piedra haciéndola caer.
“¡Emma!”, gritó la chica impresionada al ver la sangre en el suelo
“¡Es tu culpa! ¡Me asustaste!”.
Soltó la piedra antes de echarse a correr junto con su novio.
“¡¿Emma?!”.
Bastian se hincó a su lado y con cuidado hizo girar su rostro hacia él, notando que la ceja de Emma estaba abierta y sangrando.
“Tranquila, todo estará bien”.
La tomó en brazos y se dirigió hacia la enfermería.
“No tenías que defenderme…”, dijo Emma cuando la doctora había limpiado la herida y suturado un par de puntos.
“Yo podía hacerme cargo de la situación”.
“De nada”, respondió Bastian con media sonrisa.
“Sigues siendo tan orgullosa como siempre. Nunca te gusta aceptar cuando necesitas ayuda”.
“¿Qué haces aquí?”.
“Me dejaste plantado…”.
“Bastian, no podía ir contigo… tenía que…”.
“Dijiste que no querías hacerlo… que tenías miedo…”.
Se acercó con el ceño fruncido y los ojos cargados de dolor.
“Dime Emma… ¿Cómo te trata tu esposo?…”.
Emma desvió la mirada recordando esa semana de pesadilla.
“Es mujeriego, cruel y egoísta… es peor que su padre. ¿Ya lo comprobaste? ¿Ha tenido algún gesto dulce hacia ti? ¿Puedes ver en sus ojos el mismo cariño que yo te profeso?”.
“No entiendes, hay un contrato…”.
“¡Al diablo el contrato, Emma!”.
Pegó su frente contra la de ella e inhaló su aroma.
Por un segundo recordó esos viejos tiempos, donde su felicidad consistía en ver películas, sentado en el piso y tomado de su mano
“No quiero que rompa tu espíritu y te arrebate ese brillo en la mirada…”.
Acarició con sus pulgares las mejillas de Emma, sintiendo el calor de su aliento chocando con sus labios.
“No se merece a alguien como tú… y tú no te mereces el infierno que te hará pasar. Te prometí que te ayudaría y aún mantengo mi palabra. Nadie le hará daño a tu familia, nadie te hará daño a ti, no lo permitiré”.
Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Emma en cuanto los labios de Bastian se posaron en los suyos.
La presión fue dulce y embriagante. El corazón de Emma brincaba en su pecho, perdiendo el control. Se aferró con ambas manos a la playera de Bastian y correspondió el beso con todo ese cariño y adoración que sentía por él desde que era niña.
La mano de Bastian descendió lentamente por el cuello de Emma, sintió la cadena de aquel collar que le había obsequiado en su cumpleaños y buscó a tientas el hermoso corazón de zafiro, pero encontró algo más. El anillo de matrimonio.
El beso se terminó y el rencor se encendió en el corazón de Bastian. Deseaba arrancar ese anillo y lanzarlo fuera de la enfermería, pero Emma lo protegió cubriéndolo con su mano.
“Esto está mal…”.
Empujó a Bastian para poder bajar de la mesa de exploración
“Soy una mujer casada y no puedo hacer esto”.
“¿Piensas volverte una mártir? ¿Crees que esa es la solución?”.
“Haré lo que sea necesario por mi familia…”, un retortijón se apoderó de su estómago
“Te voy a pedir que no vuelvas a buscarme. No quiero tener problemas con mi esposo.
“Mientras a él no le importas, yo daría la vida por ti, Emma… pero si quieres seguir este juego, entonces más vale que te hagas a la idea de que no voy a darme por vencido tan fácil”.
Las palabras de Bastian hicieron que un escalofrío recorriera el cuerpo de Emma antes de emprender la huida.
Bastian la vio alejarse y ser atajada por el director de la escuela, acompañado de esa parejita de alumnos que habían intentado agredirla.
Sacó de su chamarra una cajetilla de cigarros mientras veía como se la llevaban en contra de su voluntad, manoteando y reclamando.
“¡Ay, Emma!… ¿Qué voy a hacer contigo? No quiero hacerte daño. En verdad deseo que vengas a mí por iniciativa propia, pero… si no cedes… encontraré una forma más efectiva de llevarte conmigo…”, dijo divertido.
“Niña tonta”.
“Emma, no es la primera vez que tienes un percance de este tipo…”, dijo el director con el ceño fruncido.
“No puedes agredir a tus compañeros”.
“¡¿Agredir?! ¡Ellos fueron los que me pegaron!”, exclamó Emma iracunda.
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