De odiarnos a amarnos -
Capítulo 6
Capítulo 6:
“¿Qué crees que te diga tu mujer?”, preguntó Emma desesperada porque las puertas del elevador se abrieran.
“No dirá nada, porque nadie le avisará que estoy saliendo con la mujer más hermosa del edificio”.
Trató de alcanzar la mejilla de Emma, pero esta giró el rostro.
“Mira, bonita… el favor no es gratis”.
“Vine a trabajar de secretaria, no de prostituta…”.
Los hombres se vieron entre ellos y comenzaron a reír.
“¿No es lo mismo?”, exclamó uno entre risas.
“Secretaria que no abre las piernas, no es secretaria”, dijo el otro riendo más fuerte.
Ahora Emma se sentía en peligro.
William salió del elevador y echó un vistazo rápido, había llegado antes que Emma.
Cuando iba a dirigirse hacia su oficina, el elevador de los empleados se abrió y Emma salió con paso presuroso y la mano en la correa de su bolso mientras los dos hombres caminaban detrás de ella entre risas y vulgaridades.
“Vamos, solo dime tu nombre, hermosa”.
La tomó del brazo y cuando William iba a intervenir, Emma giró rápidamente y golpeó en el rostro a su agresor con el bolso, haciéndolo caer.
Se quitó uno de los tacones y lo empuñó como cuchillo, apuntando el fino tacón de aguja hacia el otro hombre que parecía sorprendido.
“¿En verdad quieren mi nombre? Con gusto se los doy después de arrancarles la lengua para que nunca lo pueda pronunciar”, dijo entre dientes y con esos ojos azules llameando.
Al principio los hombres estaban enfurecidos y dispuestos a enfrentarla, pero fue suficiente ver a la bestia que estaba detrás de ella para retroceder asustados.
“¿Es así como tratan a mi nueva empleada?”, preguntó William con esa aura maligna y oscura que parecía rodearlo. Era más atemorizante de lo que había sido su padre.
Emma volteó hacia él y también se asustó. No sabía si calzarse el zapato que tenía en la mano o mejor quitarse el otro tacón y prepararse para salir corriendo.
“Señor, no quisimos molestarla, pero… si no quería nada de nosotros, ¿por qué anda de ofrecida?”
“¿Perdón? ¿Te atreves a decirme eso cuando todo el maldito trayecto te la pasaste diciendo que fingiera ser tu novia? ¡Eres un puerco imbécil y cobarde!”, exclamó Emma enardecida
“¿No tienes el valor para decir la verdad? ¡Qué vergüenza de hombre! ¡Eres un…!”.
De pronto William la tomó por la muñeca y dio media vuelta, llevándola, casi arrastrando, hacia su oficina. Una vez dentro, cerró la puerta y, como si la estuviera ignorando, se puso detrás de su escritorio.
“No te pedí que vinieras a este lugar para que causes caos…”, dijo entre dientes acomodando unos documentos.
“No estaba causando caos, me estaba defendiendo, que es diferente”.
“¿Ese tipo tiene razón? ¿Te les estabas ofreciendo?”.
“¡¿Qué?! ¡¿Les crees a ellos?!”.
“Por cómo vienes vestida, no dudaría que fuera así”.
Emma se sonrojó por la rabia, caminó con paso firme hasta el escritorio de William y golpeó con ambas manos sobre la madera.
“En primera, no vengo provocativa, vengo arreglada y elegante… si esos hombres se ponen a babear, hasta por una escoba con falda, no es mi problema”, dijo Emma.
“En segunda, así viniera desnuda, a ellos no les importa y deben de respetarme, porque no soy un maldito objeto ni juguete que puedan manosear”.
“En tercera, preocúpate por la clase de hombres que trabajan para ti, porque mientras siga viniendo aquí como tu secretaria, me vestiré bonito, me arreglaré y me veré hermosa, porque lo soy y porque me encanta serlo, y si intentan propasarse, terminarán con mi tacón clavado en un ojo y alegaré defensa propia y acoso laboral… Señor Harper”. Continuó explicando.
Por un momento se quedaron en silencio, viéndose fijamente a los ojos. William sabía que ella tenía razón y estaba sorprendido de que no se quedaría de brazos cruzados, pero también notó que no le pidió su ayuda y protección.
Tomó unos documentos apilados en su escritorio y se los acercó.
“Necesito que captures esto cuanto antes. Haz una carpeta especial”, dijo ignorando el tema.
Emma tomó los documentos y los llevó hasta el escritorio afuera del despacho, mientras el ayudante de William que había permanecido en la penumbra escuchando todo en silencio, se acercó.
“¿Qué desea que haga con los hombres que molestaron a su esposa?”.
“Despídelos… que todo mundo sepa que fue por acoso, no quiero verlos trabajando en ningún despacho de abogados en el país. ¿Entendido?”.
“Sí, Señor”:
Emma tecleaba sin parar, la espalda le dolía y las piernas se le habían acalambrado, pero no quería detenerse. Deseaba acabar antes de la salida. Justo a la hora de la comida, William salió de la oficina y la vio abstraída en su trabajo, tan concentrada que no sintió su mirada.
“Saldré a comer”, dijo sacándola de sus pensamientos
“Si algo ocurre, llámame”.
“Sí, Señor”, respondió Emma.
“Ya que solo trabajas medio tiempo, no considero que necesites hora de comida”, agregó William esperando que expresara la misma furia que hace rato, pero de nuevo ella contestó con tranquilidad.
“Entiendo, está bien Señor”, dijo sin levantar la mirada hacia él.
“Señor William, ¿está listo para que conversemos sobre ese acuerdo?”.
Una voz femenina, arrastrada y coqueta resonó.
Aunque Emma hizo un esfuerzo por ignorarla, no pudo evitar echar un vistazo cuando se alejaron hacia el elevador. Se trataba de la abogada encargada de los asuntos comerciales. Era joven, curvilínea y no dejaba de acariciar el hombro de William.
´Se trata de actitud, Emma… un hombre puede tener todo en su contra, pero si tiene actitud, se vuelve un rompecorazones´ había dicho Frida hacía tiempo.
Esa silla de ruedas y su condición no era impedimento para que las mujeres lo asediaran. Tal vez era el poder que tenía, que era un hombre joven y atractivo o como bien había dicho Frida, su actitud altanera y arrogante tenía encanto.
En cuanto desaparecieron en el elevador, Emma sacó de su bolso un paquete de galletas. Moría de hambre, pero no era tonta. No siempre tenía tiempo para comer en la escuela, así que intentaba tener siempre alguna golosina.
Al sentirse libre de William, suspiró, sonrió, se puso los audífonos y continuó haciendo su trabajo con gusto.
La hora de la salida había llegado, Emma salió del edificio y vio el cielo, había oscurecido casi por completo, si quería alcanzar el transporte tenía que apurarse. Avanzó por la acera cuando un auto negro se estacionó a su lado, era el Bentley de William.
De pronto el ayudante se bajó para abrirle la puerta.
“Por favor, Señora Harper”, dijo con cordialidad y le dedicó una sonrisa.
“Ah…”, Emma no sabía qué hacer.
Se asomó y vio a William con el ceño fruncido y la mirada perdida en la ventana.
“¿Hay algo de qué hablar? ¿Podemos hacerlo cuando estemos en casa? El camión no tarda en pasar y no quiero perderlo”.
“¿Dejarías de hacerte la tonta y subir?”.
Ni siquiera la volteó a ver.
´Fantástico, nuestra relación va mejorando´, pensó con sarcasmo y después de darle una sonrisa al ayudante de William, entró al auto, manteniendo su distancia y guardando silencio.
William la vio con atención mientras ella fingía no darse cuenta y frunció más el ceño.
“Acércate…”.
“¿Para qué?”.
“¿Tus padres no te enseñaron a obedecer?”.
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