De odiarnos a amarnos
Capítulo 45

Capítulo 45:

“Hoy se dirá la sentencia para Tina”, dijo William acomodándose la corbata frente al espejo.

“No sé cuántos años estará en la cárcel, pero tu padre planea que cada segundo sea una tortura para ella”.

“Mi padre cree que cuando peleas contra alguien debes de acabar con su espíritu para que no quiera buscar venganza”, dijo Emma intentando vestirse,  pero el yeso no la dejaba subir el cierre.

William de inmediato se acomidió y aprovechando la situación, acarició su espalda mientras el cierre se deslizaba, generando que la piel de Emma se erizara y sus piernas temblaran.

“Cuando todo esto pase… quiero ir al casino, necesito unas vacaciones con mi mujer. Tal vez ese pent-house sea de la suerte y nos dé un hijo más…”

“Señor Harper, tenemos un trato. Nada de hijos hasta que termine la universidad”, dijo Emma mordiéndose los labios, temiendo que no pudiera resistirse a los encantos de su esposo.

“Bien, nada de hijos… pero eso no significa que no podamos practicar. Además… desde hace tiempo que no pruebo algo de crema batida”, dijo William abrazándola por la cintura y hablándole al oído.

Le era imposible contener sus deseos por ella.

“Cuando esto termine, habrá toda la crema batida que quieras”, contestó Emma dando la vuelta para verlo directo a los ojos, encontrándose con esa lujuria que palpitaba en sus pupilas.

Delineó sus labios con las yemas de sus dedos, sintiendo como ardían

”Te amo tanto”.

William sonrió pues sabía que esas palabras habían salido directo de su corazón, sin filtros ni reflexiones.

La besó despacio, deleitándose con sus labios, saboreándolos de esa forma tan lenta que torturaba a Emma.

Acarició con su nariz el rostro de su esposa, sintiendo la suavidad de su piel y embriagándose con ese aroma a vainilla que lo enloquecía, sabiendo que no había droga más potente ni adictiva que ese dulce y reconfortante calor que el cuerpo de Emma le ofrecía.

“Te tengo un regalo…”, dijo luchando por liberarse del embrujo de su piel.

Buscó en su portafolio y abrió una caja de terciopelo rojo ante Emma.

“Un rubí de 24 quilates… adornado con ópalo rosa y montado en una cadena de platino…”.

Emma estaba sorprendida por la opulencia del regalo. En cuanto se lo vio puesto, no dejó de acariciarlo con las yemas de sus dedos.

“Jamás me lo quitaré… es hermoso…”, dijo Emma sorprendida, haciendo que la sonrisa de William se hiciera más grande.

“No sabía que regalarte… quería darte algo que te hiciera pensar en mí”, dijo William besando el hombro descubierto de Emma y manteniendo sus labios contra la tersa piel, disfrutando de la sensación

“Sé que te gustan esos colores, casi toda tu ropa es rosa y roja, así como tus labiales y accesorios… solo tuve que observarte con atención…”.

Emma volteó enternecida y abrazó a su esposo. William la hacía sentir especial, la hacía sentir escuchada.

Nada pasaba desapercibido para él, parecía que su mayor afición era aprender que le gustaba y que no.

“Tengo que irme o llegaré tarde al juicio”, agregó William en cuanto Emma comenzó a besarlo de esa forma que lo hacía arder.

“Aún tienes tiempo”, dijo Emma contra sus labios antes de morderlos

“No tienes que esperar a que estemos en el casino, aquí puedes comer toda la crema batida que quieras”.

William no pudo evitar sonreír divertido mientras Emma peleaba con su corbata y besaba su cuello.

“Tentadora oferta, Señora Harper”, contestó tomándola por los muslos y cargándola hacia la cama.

No podía resistirse cuando Emma parecía arder en sus manos.

Se deshizo de ese vestido rosa y disfrutó de su cuerpo desnudo, lo único que adornaba la piel de Emma era ese encantador collar que le había regalado y que combinaba con sus mejillas sonrojadas.

William besó y mordió suavemente su piel, dejando suaves marcas de sus dientes en sus tiernos muslos, vientre y pechos, deleitándose con sus g$midos y haciéndola vibrar entre sus brazos.

Entre más saboreaba, más quería. Emma era para él un delirio y sus gruñidos solo alentaban a que ella perdiera la cabeza. Una vez que comenzaba a devorarla, perdía el control de su cuerpo y de su voluntad.

Emma aún no se recuperaba, retorciéndose entre las sábanas, temblorosa y agotada, cuando William tuvo que acudir a su fuerza de voluntad para poder alejarse de su esposa. Tenía el tiempo encima y debía corroborar que Tina recibiera el castigo más fuerte por parte del juez.

Le dio un beso tierno en la frente a su esposa antes de salir corriendo de la habitación, mientras ella sonreía divertida y satisfecha.

William llegó justo a tiempo para presenciar el veredicto. Se acomodó en la mesa demandante y mientras peleaba por abrir su portafolio, Román se acercó por detrás.

“Señor Harper, me sorprende, casi no llega. Siempre ha sido muy puntual”, dijo levantando una ceja, desaprobando su comportamiento.

“Tuve un contratiempo”, respondió William sabiendo que no sería buena idea explicar qué clase de contratiempo y con quien.

“Sí, se nota”, dijo Álvaro a su lado, divertido al ver el labial rojo en el cuello de su camisa

“¿Cómo está Emma?”.

“¿Emma? Perfectamente bien…”, respondió William con la mente echa un lio.

“¿Podemos concentrarnos?”.

Cuando por fin logró abrir su portafolio que parecía atascado, entre sus papeles estaban las bragas rosas de Emma, con ese delicado encaje tan seductor que le volaba la cabeza. Había salido tan apresurado que al cerrar su portafolio no se dio cuenta que ahí había caído la lencería de Emma en cuanto se la arrancó.

“No lo sé… ¿Tú crees poder concentrarte?”, preguntó Álvaro al ver la prenda con sorpresa y de inmediato William cerró el portafolio.

“¿Qué ocurre?”.

Se asomó Román molesto y curioso.

“¡Nada! ¡No ocurre nada!”, exclamó William sabiendo que estaría en aprietos si su suegro se enteraba de lo que su portafolio guardaba.

“¡Silencio! ¡El honorable juez está en la sala!”,  exclamó uno de los policías anunciando la llegada del juez y el inicio de la jornada.

“¿Por qué sigues cuidando esta rosa?”, preguntó Emma viendo como Lorena la podaba con cariño y la regaba.

Era lo único que había sobrevivido en el viejo jardín de la residencia Sorrentino.

“No sé… creo que significa mucho para mí”, respondió Lorena y una sonrisa se formó en los labios de Emma.

“¿Significa mucho porque la plantó alguien especial para ti?”.

“Supongo que sí”.

Lorena sonrió y negó con la cabeza.

“Nunca he conocido a un hombre que te interese sentimentalmente. Al principio creí que Álvaro y tú tenían algo especial, después pensé que mi tío Hugo podría llevarse de maravilla contigo, pero… el que más se ha acercado es Johan y eso que estuvo un breve periodo de tiempo con nosotros”.

“Hay algo bueno en él, aunque se rehúse a aceptarlo”,  dijo Lorena y acarició los pétalos de la rosa

”Pero eso es todo. Además, si no he tenido novios es porque tu padre no me deja”.

“¿Hablas en serio?”, preguntó Emma confundida.

“Así es, ¿Cuándo has visto a alguien de la servidumbre con una pareja sentimental?”.

Emma comenzó a hacer memoria y Lorena tenía razón, ni Álvaro, ni James, tampoco el resto de las personas que trabajaban en la residencia parecía que tenían familia o pareja.

“Tantos años viviendo ahí y, ¿Apenas te diste cuenta?”, dijo Lorena con una sonrisa.

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