De odiarnos a amarnos
Capítulo 36

Capítulo 36:

“Si mi hija dice que no hizo nada malo, entonces le creo…”, agregó Román intentando no arrepentirse de sus palabras.

“No tiene sentido convencerlos de lo contrario, las evidencias hablarán. Prepárese para ceder el Corporativo a la familia Harper, Señor Gibrand. Esa será la única forma en la que podrá reparar el daño que su hija le ha creado a mi minusválido hijo”, reclamó Harper con soberbia y media sonrisa mientras recuperaba cada foto del escritorio.

De pronto la puerta del despacho se abrió con violencia y William entró con una mirada feroz y paso decidido, directo hacia su padre que parecía desconcertado al verlo de pie.

“¿William? ¿Estás caminando?”, preguntó Harper viendo sus planes desmoronarse.

“Te regreso tu solicitud para ser mi tutor”, agregó William sacando de su abrigo el documento y golpeando con este el escritorio.

“Ya no necesito de tus cuidados… padre”.

“Imposible… ¿Cómo?”.

“Agradécele a Emma, ella fue quien me persuadió de aceptar esa peligrosa cirugía de la que tú me convenciste de rechazar. ¿Recuerdas cuando me decías que los médicos solo querían más dinero vendiéndome falsas esperanzas? Creo que te equivocaste”.

“Deberías de ser más agradecido, William… te estoy haciendo un gran favor como para que me hables así…”.

“Sino le ayudaría a quedarse con la empresa de Román, entonces le rompería el corazón”.

Deslizó las fotos de la infidelidad de Emma sobre el escritorio para que las viera.

William no pudo evitar poner los ojos en blanco e imaginarse cómo le podría torcer el cuello a Gina después de tomarse ese atrevimiento.

“El querido ángel que te convenció de volver a caminar, te apuñaló por la espalda en tu ausencia. Mientras tú te rehabilitabas, ella se revolcaba con el dueño del casino As de picas”, agregó Harper con sorna.

“Sí, así fue… William”, dijo Emma conteniendo una sonrisa y llamando la atención de su esposo

“Y… no solo eso… ese hombre me dejó embarazada. Tengo dos meses”.

El rostro de William se descongeló y bajó de inmediato la mirada hacia el vientre de Emma.

“No tomaste la pastilla”, dijo William y sonrió conteniendo su emoción.

Román no pudo evitar comparar la espalda ancha y cabello negro de William, con el hombre de la foto.

Entre más lo veía, más se convencía de que eran el mismo.

“Edward Harper, ¿No eres capaz de reconocer a tu hijo de espaldas?”, preguntó molesto, con ganas de brincar por encima del escritorio y golpear a ese abogado cabeza hueca.

“¿Tú eres el dueño de ese casino?”, preguntó el abogado viendo fijamente a su hijo.

“¿En qué momento…?”.

“¿No creerías que me atendría a lo que tú me pudieras dar?”, dijo William sin despegar su mirada de Emma

“Nunca fui el más querido en esta familia de m”erda, no pensaba quedarme por siempre con la firma, algún día el pequeño Tim crecerá y será quien la dirija, quitándome del camino. Necesitaba tener mi propio futuro asegurado…”.

Se acercó a Emma y tomó su rostro entre sus manos, perdiéndose en esos ojos tan azules como el cielo.

“Algo que ofrecerle a mi mujer y a mi hijo, algo propio que nadie me pueda quitar. No quiero la firma, mucho menos el Corporativo. Quiero forjar mi propio imperio y con ello asegurar la comodidad y seguridad de mi propia familia…”.

“No parecía que quisiera convencer a su padre, ni siquiera a Román, de su falta de interés en los negocios familiares. Sin embargo, deseaba que Emma le creyera y supiera que a su lado nada le faltaría”

Una sonrisa tierna se dibujó en los labios de Emma y sus manos se alzaron para acariciar las mejillas de su esposo.

“De momento no tengo tanto como nuestros padres, mis riquezas no se comparan, pero todo lo que tengo ahora y que pueda adquirir en el futuro, es tuyo, Emma. Para ti y para nuestro hijo.”

Esos ojos celestes se llenaron de lágrimas cargadas de emoción y sentimentalismo. Emma se abrazó al torso de William, refugiándose entre sus brazos, desapareciendo para el mundo y concentrándose en los latidos de su corazón.

“Dicen que el fruto no cae muy lejos del árbol, pero en este caso… es reconfortante ver que William no se parece a ti, Edward”, dijo Román ofreciéndole una sonrisa amplia.

“¿Te sientes protegido por tu familia política, William? Veremos qué haces cuando te quite la firma y todos los beneficios que el nombre Harper te ha dado”, dijo Edward lleno de rencor

“¿Crees que es fácil hacerte de un renombre y ganarte el respeto?”.

“¿Quitarme la firma? ¿Cómo lo harás?”, preguntó William sin liberar a Emma de su abrazo

“Recuerdo que firmaste la sucesión, ahora es mía y ¿adivina qué? No pienso regresártela. Tampoco creas que permitiré que ese maldito contrato siga torturando a mi hermosa Emma. Te has quedado sin recursos, ´padre´”.

“Recuerda que, gracias a ese contrato, esa mujer está contigo, de lo contrario jamás se habría fijado en ti”, agregó Edward lleno de rabia antes de salir del despacho

La fiesta continuó dando un giro inesperado, ya que todos los invitados no tardaron en mostrarse sorprendidos por la recuperación aparentemente milagrosa de William. Lo rodeaban para felicitarlo y enaltecerlo, en el fondo sabía que ahora sería más peligroso que antes.

“Creo que tu esposo se robó tu fiesta”, dijo Darío disfrutando de la mesa de bocadillos.

“Se ve feliz”, agregó Emma sin dejar de admirara William en la distancia.

Tenía una mirada templada y una sonrisa arrogante.

“¿No te da miedo?”, la pregunta de Emily la tomó por sorpresa.

“Después de todo, cuando estaba en esa silla de ruedas, era codiciado, ahora de pie y como un hombre sano, será más asediado por las caza fortunas”.

“¡Súper agradable tu comentario!”, exclamó Darío viendo con reproche a Emily.

“Te recuerdo que ya están casados”.

“¿Eso qué? Las infidelidades no dependen de tu estado civil”, respondió Emily torciendo los ojos.

“Solo digo que un hombre tan guapo, atractivo, seguro de sí mismo y ahora completamente sano, es más atractivo para las trepadoras”.

“¡Ay, yo no voy a estarlo cuidando!”, exclamó Emma y dio media vuelta para tomar un par de bocadillos de queso

“Él será maravilloso en todo sentido, pero yo soy inteligente, hermosa, joven y astuta… ya sabrá él si decide dedicar su tiempo a otra mujer que no sea yo, y que Dios se apiade de su alma si así lo hace, porque yo no voy a estar peleando por el amor de un hombre. Lo querré mucho, pero si decide serme infiel yo no tendré problemas en dejarlo libre para que se vaya con quien quiera…”.

Aunque estaba muy segura de sus palabras, no podía dejar de sentir incertidumbre. No quería que William viera a otra mujer, no quería que alguien más le quitara su atención y cariño, pero estaba consciente que no había nada que pudiera hacer para evitarlo.

“Me parece justo…”.

La voz de William la tomó por sorpresa y se atragantó con el bocadillo. Abrió los ojos de par en par y lo encontró detrás de ella, prestándole toda su atención.

“Si no soy capaz de cuidar de mi mujer, entonces no soy merecedor de su inteligencia, belleza, juventud y astucia”, agregó acercándose un par de pasos más hacia Emma, intimidándola con su presencia magnética e imponente.

Sus ojos la veían con tanta profundidad que parecía querer robar su alma.

Cuando la fiesta terminó, Román permitió de mala gana que William pasara la noche en la residencia, siendo la habitación de Emma el lugar donde dormiría, bajo el argumento de que Emma ya no era una adolescente y William era su esposo.

Emma estaba nerviosa de ver al chico que le gustaba dentro de su habitación, tocando sus cosas e inspeccionándolas con interés. Acarició la guitarra y después deslizó sus dedos por el teclado.

“¿Tocas el piano?”, preguntó William sin voltear hacia ella.

“Hago mi mejor intento”

William sonrió de medio lado, le encantaba esa actitud infantil e inocente que a veces Emma lucía. Era fascinante cuando pasaba de ser una fiera atemorizante a una criatura aparentemente vulnerable y sencilla.

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