De odiarnos a amarnos -
Capítulo 20
Capítulo 20:
“¡¿Qué?!”.
La primera en exclamar fue Frida.
“Pero… ¿Por qué?”.
“Si hubieras tenido la oportunidad de alejarte de mi papá… ¿Lo hubieras hecho?”, preguntó Emma con las manos sobre el corazón.
“De hecho, lo hizo… y se llevó el dinero de tu padre con ella”, respondió Álvaro haciendo memoria.
“Ah… mal ejemplo…”, resopló Emma.
“Emma… ¿por qué querrías quedarte con él? ¿Qué motivos tienes?”, preguntó Frida tomando por los hombros a su hija.
“Creo que no es tan malo. Creo que es un buen hombre, pero la vida lo ha tratado mal y su familia no ayuda mucho”, respondió Emma resignada
“En verdad deseo quedarme a su lado”.
“Emma, sabes que Edward hizo este maldito contrato para atarte a su hijo y puede tener más de un motivo para hacerlo. ¿Estás dispuesta a arriesgarte? ¿Cómo sabes que William no está a favor?”, dijo Román apretando los dientes.
“¿No has pensado que quieren lo que te corresponde por derecho?”.
“Entonces… desherédame…”
“¡¿Qué?!”.
Frida parecía colapsar.
“¿Prefieres quedarte sin nada?”.
“No creo que esas sean las intenciones de William, pero…”.
“Tal vez no de William, pero no confío en su padre”, dijo Román triste al ver a su hija llena de ilusión
“Si estás segura de que encontraste tu lugar…”:
“Román, no…”, dijo Frida en un susurro.
“Me prometí que te apoyaría cuando encontraras tu felicidad… y así lo haré. No pienso desheredarte, pues eres mi hija y no podría dejarte sin nada. “
Román se acercó a Emma y le dedicó una mirada melancólica
“Estás apostando muy alto y si William no resulta ser quien crees… perderás mucho. ¿Aun así deseas hacerlo?”
“Sí, lo haré… me arriesgaré…”, respondió Emma con el corazón acelerado y Román la estrechó con cariño y de manera protectora.
“Pase lo que pase, esta es tu casa y no te dejaremos sola. Este siempre será tu refugio y lo sabes”, agregó con ternura y besó la frente de Emma.
“Igualita a tu madre, enamorándose de un hombre conflictivo”.
“¡Mujeres!”, exclamó Álvaro dejando caer el contrato con pesadez en el escritorio
“¡Bien! ¡Disfruta tu futuro lleno de agonía! ¡Yo me voy!”.
William, quien había logrado escapar del Señor Benjamín, estaba recargado al lado de la puerta del despacho de Román, escuchando con atención cada palabra.
El odio empezó a bullir en su pecho al saber la verdadera finalidad de esta visita, pero cuando escuchó a Emma se dio cuenta que era capaz de enfrentar a Román por él, y de nuevo ese dolor punzante y agudo atenazó su corazón.
Cuando escuchó la exclamación del abogado, se alejó de regreso al comedor para retomar la plática con el anciano.
“¿Escuchaste lo que tenías que escuchar?”, preguntó Benjamín con una sonrisa amplia mientras recargaba ambas manos en su bastón.
“Sabía lo que iba a hacer y no hizo ningún intento por detenerme”; respondió William sin temor al ser descubierto.
“En cuanto llegaron, noté la mirada de Emma. Era la mirada de una mujer enamorada… Así que, si ella confía en ti, no veo porque yo no tendría que hacerlo”; agregó haciendo su sonrisa más grande
“¿Sabes cómo es que se decidió su matrimonio?”.
William solo le dedicó una mirada profunda.
“Tu padre prometió bajar los guantes y dejar de luchar para que mi hijo pudiera salir de la cárcel”.
Manipuló a Emma cuando era una chiquilla de dieciséis años, en ese entonces tu ya eras un hombre de veintiséis si no me fallan las cuentas. La presionó hasta que la hizo falsificar la firma de su madre para poder hacer válido el contrato.
Es más que obvio que tu padre no tiene buenas intenciones y no sé si tú las compartas, pero te advierto algo… Si mi nieta regresa a esta casa con el corazón roto, ni toda la arrogancia y prepotencia de los Harper podrá con la furia y sed de venganza de los Gibrand.
“¿Me está amenazando?”, preguntó William con media sonrisa y la mirada cargada de resentimiento.
“Solo te advierto, jovencito…”, dijo Benjamín poniéndose de pie
“Seré viejo, pero no estúpido, seré débil, pero astuto y amo a mi nieta, tanto como mi hijo ama a su hija. Lastímala y te juro que te arrepentirás el resto de tus días”.
Después de un momento de silencio, Emma entró al comedor con una sonrisa amplia, pero los ojos irritados por las ganas de llorar.
“¡Abu!”; exclamó feliz y abrazó a Benjamín con ternura.
“No sabes cuánto te extrañé”.
“Y yo a ti, mi niña linda”, respondió Benjamín acariciando la cabeza de su nieta como cuando era niña.
“Mi princesita guerrera. Tan feroz como su madre. Mi orgullo”.
Emma de inmediato volteó hacia William notando la tensión plasmada en sus nudillos blancos, tenía tan apretados los puños que se preocupó. Se sentó a su lado y acarició sus manos con ternura.
“¿Estás bien?”, preguntó buscando su mirada.
“¿Te duele?”.
William sonrió de medio lado y acarició la mejilla de Emma.
“No, todo está bien…”.
“¿Seguro? ¿Quieres que regresemos a casa? ¿Necesitas descansar?”, preguntó ansiosa y su preocupación conmovió a su esposo.
“No, disfruta de este día, disfruta de tu familia… todo está bien”.
La sonrisa cálida de Emma de nuevo lo desarmó.
Había tantas incógnitas dentro de su corazón, pero de algo estaba seguro, tal vez por egoísmo o por amor, pero deseaba que Emma se quedara a su lado.
Emma llegó a la escuela en su Bugatti ante la mirada sorprendida de todos. La noticia de que estaba casada con William Harper había resonado hasta en la última esquina de la universidad.
Algunos la veían con lástima por estar atada a un hombre inválido siendo tan joven, pero otros la veían como una mujer oportunista y la criticaban a sus espaldas.
Justo lo que ella había querido evitar al hacer notorio su parentesco con Román, ahora lo tenía como resultado de mostrarse como la esposa de William. El trato preferencial de los profesores por miedo a sufrir lo que el director, se volvió incómodo y sus compañeros dudaban en acercarse.
“¿Puedo sentarme, Señora Harper, o me va a demandar?”, preguntó su mejor amigo, Darío.
“Tonto”, respondió Emma con media sonrisa.
“No es mi culpa que tu esposo haya causado tanto miedo… la trágica historia de Jessi y el cabeza hueca de Eddie causa terror”.
“No es para tanto”.
“¿No lo es? Ninguna escuela los ha aceptado, incluso los han rechazado desde antes de que se planten frente a la puerta. Dicen que el diabólico Señor Harper es el culpable de eso”.
“No, eso es imposible”, dijo Emma recordando lo ocurrido.
“Incluso el director fue despedido y de igual forma no ha podido conseguir trabajo en ningún lado”.
“¿Cómo es posible que esa simple secretaria llegue en un auto así?”.
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