De odiarnos a amarnos
Capítulo 1

Capítulo 1:

“¡¿Por qué no nos dijiste nada?!”, exclamó Frida desesperada, con lágrimas en los ojos y viendo a su pobre hija llorando miserablemente.

“¡Falsificaste mi firma! ¡Emma! ¡Traicionaste mi confianza!”.

Román tomó por la muñeca a Frida queriendo detenerla, pero estaba fuera de control.

Se sacudió la mano de su esposo y lo vio con pesimismo.

“No podemos permitir que Harper se salga con la suya, mi niña no puede caer en sus garras. Román… por favor…”.

El imponente CEO del corporativo Gibrand estaba tan afectado como su esposa.

Sabía que algún día su pequeña se iría de la casa y haría su vida lejos de ellos, pero no pensó que sería tan pronto y de esa forma.

Le dedicó una mirada intensa a su abogado, Álvaro, quien revisaba con atención el contrato.

“Esto es muy complicado… intentar revocarlo será casi imposible”, respondió cabizbajo.

“¿Qué pasa si no lo cumplo?”, preguntó Emma con miedo, apretando el borde de su vestido hasta que los nudillos se le pusieron blancos.

“¿Qué ocurre si intento huir?”.

“El problema con este documento es que es ilegal y de llegar a las manos de un juez, las únicas afectadas serían tu madre y tú…”.

Álvaro estaba sorprendido de lo inteligente que podía ser Harper para hacer el mal.

“Si tú no accedes, el Señor Edward puede acudir ante la ley y acusar a tu madre de venderte cuando eras una menor de edad, de lucrar contigo como si fueras un objeto para beneficio de Román. Eso se traduce en años de cárcel”.

“¡¿Qué?! ¡¿Por qué?! ¡Ella no firmó, fui yo!”, exclamó Emma aterrada.

“Es la firma y la identificación de Frida”, agregó Álvaro.

“Si decides confesar y admitir que fuiste tú, entonces los cargos por fraude y usurpación de identidad recaen en ti y al ser mayor de edad también te ganarás la cárcel”.

“¡Ese hijo de p%ta!”, gritó Frida llena de odio y apretando los dientes.

“Además… el caso de Román puede ser reabierto por la manipulación de evidencia y… bueno… no quiero entrar en más detalles”.

“No sería la primera vez que entraría a la cárcel…”, dijo Román con una sonrisa y lleno de paz.

“Álvaro, comienza los trámites para que Hugo Sorrentino se vuelva el tutor legal de Carina, Mateo y Benjamín… no quiero que cuando comience el colapso, ellos pisen un orfanato”.

“¿De qué hablas, Román?”, preguntó Frida aterrada.

“Emma y tú saldrán del país, mis hombres las mantendrán protegidas y en el anonimato mientras yo arreglo todo”.

“Pero… te meterán a la cárcel”, dijo Frida aferrándose a la camisa de Román. No quería volver a pasar por lo mismo y menos si tenía que mantenerse lejos de él.

“Si te quedas… terminarás también en la cárcel… prefiero que te vayas con Emma”, dijo viéndola con infinita ternura.

Para Román, Frida era su tesoro más preciado y no podía con la idea de ver a esa hermosa y noble criatura detrás de las rejas.

“Yo estaré bien”.

Frida se abrazó a Román, no le gustaban sus planes, pero temía que no se le ocurriera uno mejor.

“No será necesario…”, dijo Emma acariciando el zafiro sobre su pecho.

“Me haré responsable de mis actos. Ustedes no tienen por qué sufrir por mi culpa”.

“Emma… no digas eso…”.

Frida tomó el rostro de su hija y la vio directo a los ojos.

“Papá y Álvaro se encargarán de todo. ¿Está bien? Tranquila…”.

“No me arrepiento de la decisión que tomé, gracias a eso papá quedó libre. Ahora pagaré mi deuda con el Señor Harper”.

“No, Emma…”, insistió Frida horrorizada.

“Ya lo decidí… no iré a ningún lado, no me esconderé y mucho menos permitiré que mi familia sufra por lo que hice”.

Se puso de pie y con el corazón destrozado y la frente en alto, vio directo a su padre.

“Estoy segura de lo que quiero hacer”.

“Emma… no lo hagas”, dijo Román viendo la determinación y fiereza de Frida en los ojos de Emma.

Conocía bien esa mirada y sabía que no había forma de hacerla cambiar de opinión.

Emma se veía ante el espejo de la habitación y se moría por comenzar a llorar. Era una novia hermosa, pero la más infeliz. Quiso contener las lágrimas para no arruinar su maquillaje más de lo que su vida estaba arruinada.

“Sabes que aún estamos a tiempo de cancelar todo”, dijo Frida detrás de ella, sintiendo el dolor de ver  a su hija así.

“Un día decidiste sacrificarte por mí. Aceptaste casarte con un desconocido y darle un hijo para salvarme la vida…“

Emma se apoyó en el tocador mientras echaba un vistazo al pasado

“Era muy joven y no comprendía tan bien las cosas, pero… ahora lo entiendo y… en verdad valoro lo que hiciste, mamá”.

“Esta no es forma de mostrar agradecimiento…”.

“Para mí lo es… quiero ser tan valiente como tú”.

Sonrió, pero esa felicidad fingida no subió a su mirada.

“Tal vez él se vuelva el amor de mi vida y… tenga una bonita familia como la que formaste con papá”.

“Emma… lo que pasó entre Román y yo, fue una jugada del destino. Tuve suerte de que se volviera dulce conmigo… pero pudo ser un monstruo y hacerme infeliz. No vale la pena arriesgarse”.

“Para mí, sí lo vale…”.

Emma besó la frente de Frida y le dedicó una sonrisa rota.

“En un momento salgo, me gustaría estar a solas”.

Frida cerró los ojos, llena de dolor, y salió de la habitación de su hija, sintiendo que el mundo le caía encima.

Cuando Emma se sintió sola, trató de respirar profundamente y calmar su corazón. Era la primera vez que conocería al hijo de Edward. Sabía que tenía treinta años y que era abogado como su padre, pero no había más datos. Quiso encontrarlo en internet,  pero era como si no existiera. Estaba ansiosa y asustada.

“No creí que, cuando te volviera a ver, sería de esta forma…”.

Una voz la dejó congelada y la piel se le erizó. Cuando volteó se encontró con esa mirada profunda y negra que recordaba. Era Bastian recargado en el marco de la puerta, con un traje negro, parecía de luto, y una mirada que expresaba dolor y sorpresa.

Estaba asombrado de la belleza de Emma, pero desilusionado al saber que era el día de su boda.

“Bastian…”, dijo Emma en voz baja y de nuevo el corazón se le rompió.

“Perdí tanto tiempo y ahora que puedo ofrecerte el mundo, estás a punto de casarte”.

Entró con actitud dolida, viendo cada detalle de la habitación

“Creí que me esperarías, pero… ¿Cómo hacerlo si nunca te prometí que regresaría? Además… solo éramos unos niños, ¿No?”.

“Esto no lo hago por amor…”, respondió Emma y su mano se aferró al zafiro que colgaba de su cuello.

Ese regalo que Bastian le había dado y que nunca se había quitado

“Lo hago por mi familia”.

“¿Por tu familia?”.

Bastian se había transformado en una versión más joven de Román, con excepción de que su cabello largo lo tenía recogido en una coleta. Sus ojos negros la veían de esa forma mágica en la que Román veía a Frida, pero aún hacía falta algo, ese brillo peculiar que no entendía Emma de dónde salía, pero que quería ver en los ojos del hombre que dijera amarla.

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